viernes, 20 de junio de 2014

American Gods


Puedo decir que he leído relativamente poco a Neil Gaiman. Tampoco es que él sea demasiado prolífico, no es Stephen King, pero teniendo en cuenta su estilo, su temática y mis aficiones, podría considerarse que estoy en deuda con su obra.

Lo conocí en mi época pratchettiana -la cual no ha muerto, sólo está vigorosamente aletargada- gracias a la divertidísima Buenos Presagios. Una novela que me encantó pero que, al estar escrita junto al maestro Terry Pratchett y al estar un servidor terryblemente influenciado, no supe reconocer el talento de Gaiman. Por aquel entonces me sonaba su nombre por las novelas gráficas de Sandman, un género que aún no había llamado mi atención. Hoy en día sigo sin haber leído nada del Hombre de Arena, cuando tenga listo el clon que cumpla con mis obligaciones profesionales prometo ponerme con ello.

Aparte de Good Omens, he podido leer Los hijos de Anansi y algunos cuentos de Objetos frágiles. Con respecto a estos últimos no puedo decir que quedara muy satisfecho. Quizás esté acostumbrado a otros ejemplos más ágiles, más dinámicos, como los relatos de Isaac Asimov o de Philip K. Dick, auténticos paradigmas para mí de lo que es un cuento en los siglos XX y XXI. Sin embargo me sirvieron para consolidar mi idea del principal defecto de Gaiman: el excesivo toque onírico de sus narraciones. Lo noté con Los hijos de Anansi, una novela que me entusiasmó en su primera parte, una mezcla de humor, misterio y fantasía, pero que me hizo naufragar en su conclusión, demasiado poética y surrealista. Mi opinión en general es muy buena, pero teniendo en cuenta los momentos de euforia que llegué a experimentar durante las desventuras iniciales de Gordo Charlie, en el desenlace la decepción llamó tímidamente a mi puerta.

Creo que leí antes las aventuras de los hijos del Señor Nancy que American Gods porque éste aún no había salido en edición de bolsillo. Y fue cuando lo descubrí en la librería, en su flamante -o no- edición de bolsillo, cuando lo compré sin dudarlo, consciente de que se trataba de una absoluta garantía.

Sabía que me encontraría irremediablemente con esos momentos oníricos, firma personal del autor, que tanto éxito tienen entre sus innumerables fans. Pero por diversos motivos estos pasajes se hacen aquí mucho más digeribles. En primer lugar, es una obra más larga, más densa, con muchos personajes y muchos sucesos. Esto hace que el protagonista, nuestro querido Sombra, pase mucho tiempo despierto. También tiene bastantes referencias a elementos de diversas culturas populares, para mí, junto a lo rocambolesco de la trama, lo mejor del libro.

La trama principal, que espero no estropear demasiado a quienes no hayan leído la novela, trata de una guerra inminente entre los dioses antiguos, que las culturas europeas, africanas y asiáticas trajeron a los Estados Unidos, y los dioses modernos, los dioses de la tecnología. Como ya nos enseñó Pratchett en su Dioses Menores, la fuerza de un dios reside en la fe de sus creyentes y estos cada vez más adoran a sus televisores o sus teléfonos móviles, dejando de lado a sus Odines o sus Horuses. Interesante papel de pseudoárbitro juegan los dioses autóctonos, los que ya estaban allí cuando vikingos o esclavos africanos trajeron sus propias deidades.

Entre toda esta tensión pre-conflicto bélico se encuentra Sombra, un eslabón que puede hacer que la cadena se rompa o se mantenga firme. Entre tanta apoteosis divina aporta el factor terrenal, más cercano al lector. Es un personaje tosco, simple, con una profundidad en su personalidad desconocida hasta para él y cuya mayor proeza -y casi su objetivo en la vida- son unos juegos de magia con monedas. El lector se identifica rápidamente con Sombra porque también está intrigado, expectante ante una respuesta a tantas cosas fantásticas que le suceden. Sombra es paciente con estas respuestas, lo han contratado para un trabajo y no hace preguntas. Sabe, como el lector, que unas cuantas páginas más adelante se le revelarán todas (o casi todas) las respuestas.

Lo mejor, como he comentado, es la referencia a las muchas culturas -religiones, mitologías, etc.- que hace de manera más o menos directa y/o gratuita. Y lo hace a través de unos personajes entrañables, con una personalidad muy definida (y a menudo doble o triple). Personajes como los funerarios de Cairo, los rusos del ático de Chicago, el dios Araña o la señora Pascua no son meras alusiones, tienen su influencia en la trama. Es una delicia reconocerlos o molestarse en buscar -invocando a los nuevos dioses de Google- su correspondencia en el olimpo de turno. Tanto la satisfacción por reconocer al señor Ibis o a Low Key Lyesmith, como el aprendizaje de pequeños elementos de culturas antiguas, aportan un valor añadido a una historia ya de por sí interesantísima.

A diferencia de su spin off, American Gods tiene un final redondo, altamente satisfactorio. De esos que, aunque no es un libro especialmente breve, te dejan con ganas de más. Tiene tanto potencial que las secuelas como Los hijos de Anansi resultan muy probables, aunque parece que todo dependerá -creo que afortunadamente- de la inspiración de Gaiman, más que de las presiones comerciales de las editoriales. De momento lleva tiempo circulando el rumor de una serie basada en esta novela, producida nada menos que por HBO. Una noticia que sin duda hay que seguir y que no me disgusta en absoluto.


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Imagen: Derek Charm
http://www.superpunch.net/2011/10/art-inspired-by-neil-gaimans-american.html

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